El término "oblomovismo" está sacado de la obra del escritor ruso Iván Goncharov, publicada en 1859 con el nombre de Oblómov.
Es la inacción producida por la contemplación de la propia decadencia, la caída en extrapicado en el abismo, ante lo cual sólo queda el refugio del recuerdo de un tiempo perdido: la infancia.
El prototipo de persona a sufrirlo es aquella que se siente menospreciada y con carencias afectivas y/o de reconocimiento que provoca la propia desdicha generalizada a niveles de un rascielos.
Este síndrome puede ser una enfermedad que nos convierta y nos haga sentir a la larga como parásitos inadaptados en aportar un simple eructo.
Tambien se puede abordar como una opción de ocio, como cuando no soportamos más la vacuidad social y llamamos a Telefónica para oír una simple voz humana que nos haga recordar que también nosotros pertenecemos a esa especie.
La opción de la que hablo es el de la vagancia con estilo y clase para cuando el mundo pone la quinta y no nos apetece esa vertiginosa excursión, con parada en el estrés y como destino, el colapso mental.
Ya sabéis: hoy le dan por culo a las clases y al curro, me quedo en zapatillas de andar por casa con cuadradillos regaladas por la yaya, mientras las glaseamos en el brasero de la mesa-camilla, cuya sábana nos pliega hasta la altura del colodrillo por donde solo se vislumbrará nuestra presencia por la puntica del cigarro encendido; todo ello rodeado por bolas de papel higiénico en formas de caracol que retienen nuestro producto "madre in Love" y ambientado por la música y los golpes en forma de cabreo de la vecina vieja de abajo.
¡Y que la tarde avance!, que nosotros vislumbraremos con regocijo esa textura mandarina del atardecer entre los edificios.
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