La pobreza del primer debate presidencial fue más que evidente cuando la modelo argentina ,Julia Orayen, resultó ser la ganadora porque, con sólo 24 segundos en pantalla luciendo su figura de playmate, provocó más atracción del auditorio y de medios que de inmediato le comenzaron a ofrecer nuevos contratos.
Es preocupante que la modelo haya sido la figura más atractiva del primer debate presidencial y no las propuestas o la discusión que se dio entre los cuatro aspirantes presidenciales. Julia Orayen fue la atracción y quienes la contrataron sabían que su figura tendría un impacto, pero no de esta magnitud.
El fenómeno de la ahora conocida “Edecán del IFE” es grave porque sólo se puede explicar que haya crecido tanto por el vacío de ideas, propuestas y análisis de la realidad del país que hubo en Gabriel Cuadri, Josefina Vázquez Mota, Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador que se centraron en defenderse y ensalzar su figura.
Mientras la modelo hacía su trabajo caminando por el escenario, con un vestido blanco tatuado en su sinuoso cuerpo y un escote que robaba las miradas, los cuatro candidatos dejaron a un lado su función de representantes de un sector de la población.
Ninguno de ellos, por ejemplo, habló de las 60 mil muertes ocurridas en los últimos seis años producto de la violencia generada por el crimen organizado y la guerra que le declaró Felipe Calderón. Nadie se acordó que estamos viviendo la peor inseguridad del país en el último siglo que ha cobrado esta cantidad impresionante de víctimas y otra 10 mil que están desaparecidas.
Tampoco les pasó por su mente –porque no esta en su agenda–, que esta violencia ha ocasionado el cierre de miles de negocios en todo el país y la migración de más de 3 mil personas de los lugares donde radican, buscando nuevos espacios donde vivir tranquilamente.
Los cuatro candidatos tampoco mencionaron los más de 100 periodistas muertos y desaparecidos en la última década y las muertes y amenazas de muerte que ha recibido defensores de derechos humanos, quienes son perseguidos por autoridades corrompidas por el crimen organizado.
A ninguno se le ocurrió hablar del drama que viven 12 millones de mexicanos en extrema pobreza, que están abandonados en los rincones más marginados del país, muchos de ellos doblemente degradados por su condición social y racial, porque son indígenas.
En todo lo que hablaron ninguno de ellos incluyó en su discurso a los 8 millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan y que peligrosamente son atraídos por el crimen organizado que les ofrece lo que les niega el gobierno, con su modelo económico neoliberal, es decir, una ocupación remunerada.
Los cuatro candidatos no incluyeron en su debate a las millones de familias que han modificado su forma de vida por el temor a ser secuestradas, asesinadas o extorsionadas por las diferentes bandas criminales que se pasean impunemente luciendo sus armas, demostrando que ellas son quienes mandan.
En el supuesto debate nadie fijo su mirada en los campesinos, ni en los obreros o en la clase media golpeada por la inflación silenciosa, el desempleo, el aumento del precio en la luz, el gas, la gasolina y el diesel.
Se les olvidó voltear la mirada a la calle, al campo, a las comunidades, los barrios y las colonias donde todos los días se sufre la miseria, mientras que en la televisión ven otro país, de políticos ricos y de actores ajenos a su realidad.
Se centraron únicamente en sus propios temas de corrupción, en el manejo de intereses particulares o de grupo, en el dinero del erario público que manejan como si fuera propio, de sus ausencias en el Congreso, en fin, en su propio mundo que esta alejado al que viven millones de mexicanos pobres, extorsionados, asesinados, sin oportunidades de empleo ni de educación.
Por eso y muchos otros olvidos es que Julia Orayen ganó el debate, porque por 24 segundos fue el sueño lúdico, lúbrico, de muchos televidentes, y el disgusto de muchas mujeres que vieron una vez más que son tomadas como un objeto.
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